Uno de los temas más atractivos sobre el lenguaje corporal es cómo detectar mentiras. ¿Existirá una fórmula sencilla, que nos permita descubrir a quien no es sincero con nosotros? Las mentiras pueden ser detectadas, en la medida que observas la forma de ser de quienes te rodean. Mientras más estudias el lenguaje corporal de los demás, te haces cada vez más sensible a los cambios actitudinales que inevitablemente acompañan una falsedad.
Científicos como Paul Ekman y Allan Pease nos han permitido sintetizar algunos de los indicios claves para determinar si una persona elude la verdad, y podemos enumerarlos, desde el más sencillo hasta el más efectivo:
#7. Repetir la pregunta
El primer tip para detectar mentiras despierta sospechas en cualquier situación; lo llamaremos “Repetir la pregunta” ¿En qué consiste? como su nombre lo indica, tiene dos manifestaciones posibles:
1) Cuando le haces una pregunta sencilla a una persona y ésta la repite total o parcialmente, como si no nos hubiese escuchado o entendido. Por ejemplo, un diálogo clásico:
- Andrea: “¿Se puede saber dónde estabas tú anoche?”
- Beto: “¿Anoche? / ¿Que dónde estaba yo anoche? / ¿Quién, yo?“
En cualquiera de los casos, los centros de procesamiento del cerebro están siendo puestos en funcionamiento de manera sorpresiva, y con el pleno conocimiento de que a una pregunta sencilla debe seguirle una respuesta sencilla, la mente necesita valiosas décimas de segundo para articular una respuesta no comprometedora. ¿Cómo hace el mentiroso para ganar tiempo? pues repite la pregunta. Es instintivo.
2) Complementar la respuesta con la pregunta misma. Digamos que no repites literalmente la pregunta, sino que la “adjuntas” a una respuesta que debería ser, a todas luces, sencilla. Por ejemplo:
- Andrea: “Amor, ¿Le pusiste comida al perro?”
- Beto: “Uhm, Sí amor, yo le puse comida.”
Luego de una respuesta así, esperemos que Beto se asegure de que Fido no se muera de hambre. El incluir la pregunta original como una coletilla de la respuesta (que en este caso podría ser simplemente “Uhm, Sí amor“) es señal que el centro del lenguaje quiere sonar convincente, cosa que no ocurre cuando nos preguntan, por ejemplo, nuestro nombre.
#6. La boca que pica
Allan Pease, en su libro “el lenguaje del cuerpo”, explica cómo los gestos adultos son en realidad evoluciones de los movimientos automáticos de los niños. Las expresiones de emotividad, los movimientos exagerados de las manos y los ojos desmesuradamente abiertos son rasgos infantiles inconfundibles que llegan sin escalas a la adultez, aunque cada vez más y más sutiles para llamar cada vez menos la atención.
¿Qué hace un niño instintivamente cuando escucha una mentira, una grosería o algún vocablo impropio? Su reacción natural será la de taparse con ambas manos la boca, queriendo decir con este gesto “¡No puedo creer lo que estés diciendo!”. Al ir creciendo, esta manifestación se hace casi imperceptible y puede derivar en un simple toque de las comisuras de los labios o incluso la punta de la nariz.
“Un momento”, dirás, “En ese caso el niño se tapa la boca porque escucha una mentira, más no porque la dice.” Recuerda por un instante que el cerebro humano es propenso a “representar” sensaciones que no están realmente presentes; Si por ejemplo ves a alguien mordisquear un limón, no podrás evitar sentir su gusto ácido en tu propia boca, que hasta podría salivar. El mismo reflejo nos lleva al gesto de las manos que se llevan a la boca cuando otra persona miente.
Está científicamente comprobado: de todos los “micropicores” definidos por Phillippe Turchet en el libro “El lenguaje de la seducción”, el de las comisuras de los labios y el de la punta de la nariz están íntimamente relacionados con el mentir.
Simplemente basta con que te imagines un triángulo sobre la boca y nariz de tu interlocutor, pendientes si en algún momento se acerca las manos a él.
Una de las ventajas en cuanto a la precisión de este “indicio” de la mentira es que los nervios que causan esa picazón en los labios rara vez son afectados por una alergia; la nariz puede dispensarse en algunos casos de resfriado común o reacción a un olor fuerte, pero los labios al ser tocados no pueden mentir. La persona está insegura de lo que está diciendo, ya sea que esté creando todo un argumento o simplemente esté pensando en cómo demostrar su inocencia.
Una de las ventajas en cuanto a la precisión de este “indicio” de la mentira es que los nervios que causan esa picazón en los labios rara vez son afectados por una alergia; la nariz puede dispensarse en algunos casos de resfriado común o reacción a un olor fuerte, pero los labios al ser tocados no pueden mentir. La persona está insegura de lo que está diciendo, ya sea que esté creando todo un argumento o simplemente esté pensando en cómo demostrar su inocencia.
¡Las comisuras de los labios son implacables!.
#5. La sien perlada
¿Has notado cómo una persona que se siente amenazada, empieza a sudar copiosamente? Aún cuando escasos segundos antes tenía una frente ligeramente seca, ahora la ves profusamente perlada producto de… el nerviosismo.
Esta reacción es provocada de manera natural por la amígdala cuando tu sistema límbico presiente que te encuentras ante un peligro inminente. En vez de esperar a que entres en actividad física que eleve tu temperatura y que provoque la correspondiente sudoración para calmarla, el cuerpo se anticipa provocando una transpiración que por la ausencia de esfuerzo, sientes más fría de lo normal.
La sudoración de la frente es un indicio claro de que la persona está nerviosa. ¿Nerviosa por qué…? puede que lo esté simplemente porque se siente acusada y está buscando exponer su explicación; o bien no tiene ninguna explicación y tiene que inventarla.
En ese momento la persona que está siendo “acusada” entra en un círculo vicioso en el que le es imposible generar palabras coherentes puesto que su cerebro está dividido entre a) Alarmar sobre el peligro del momento, b) determinar la intención y reacciones de su interlocutor y c) Desarrollar la mentira. Si a todo esto le añades el hecho de que ya está nervioso y no puede pensar con claridad, es muy factible que termine metiendo la pata o simplemente lo confiese todo.
Debes estar absolutamente seguro de que no hace el calor suficiente como para que la persona esté sudando. Una cuidadosa observación previa al “interrogatorio”, nos permitirá determinar si la piel de su sien está seca. Cuando la reacción al peligro lo invada, notarás que la tez se volverá más clara (por compresión de los capilares) y… empezará a sudar. En el caso de quienes sufren de hiperhidrosis o sudoración constante, no se da ese cambio de (frente seca / perlada de sudor), pues siempre tienen una ligera capa de transpiración.
#4. Los ojos fijos
Entre las “cartillas” de lenguaje corporal que abundan en internet para detectar mentiras, un mito muy difundido es el siguiente:
“Los ojos de una persona que miente tratan de evadir constantemente a su interlocutor, ya sea por vergüenza o pesar.”
En realidad, mentir es como jugar al baloncesto. ¿Te imaginas que estés probando tus tiros, y que cada vez que lances el balón voltees hacia otro lado? Poco probable; siempre querrás ver si aciertas o no. Exactamente eso es lo que hacemos; mantenemos nuestra mirada fija en la trayectoria del balón.
Cuando mientes, lanzas una “pelota” que esperas que tu interlocutor atrape… y que baje la guardia y nos crea. Hasta entonces, tratarás de escrutar cada centímetro de su rostro; el brillo de sus ojos, la tensión en su cara, el color de la piel, la respiración… buscarás de manera desesperada una confirmación de que lo que inventaste ha destruido por completo la duda de la otra persona. Hasta entonces, no dejarás de mirar.
Todo exceso es sospechoso. En algún momento te habrás topado con alguien que sabías que mentía… y que se esforzaba ridículamente por no establecer contacto visual alguno. Quizás se quedaba viendo una grieta en el techo, o quizás una piedrita en el piso… pero nunca volteaba a verte. Lo más probable es que no tuviese un argumento, sino que más bien se empeñara una y otra vez en negar su participación o conocimiento de la acusación. En este caso, la certeza de que está mintiendo es aún mayor.
#3. Justificarse innecesariamente
Una de las recomendaciones que hacen los abogados a las personas que están siendo interrogadas, bien sea en una comisaría o en un juicio, es el de ser fríamente concretos. “Sí” o “No” son las respuestas adecuadas; si hay que responder con una frase completa, debe hacerse lo más sencilla posible y responder exactamente lo que están preguntando. Si te preguntan “¿Dónde estuvo usted la noche del martes?”, nuestra respuesta debe ser de menos de cuatro palabras. “En la discoteca tal o cual”. Punto.
Criminólogos, abogados, psicólogos, psiquiatras y demás profesionales afines conocen perfectamente la razón de esta recomendación. Cuando nos sentimos culpables por una u otra razón, o cuando estamos nerviosos porque queremos demostrar nuestra inocencia o eficiencia, tendemos a… justificarnos innecesariamente.
¿Qué podemos definir como una justificación innecesaria? todo detalle que busca probar lo que estamos diciendo. Por ejemplo, un criminal que tenga una coartada para “el martes en la noche”, la espetará completa sin que se lo soliciten, con tal de que lo dejen en paz de una vez. Y aquí es cuando los especialistas nos damos cuenta si ha estado practicando la respuesta; una persona que realmente tiene que “recordar”, se toma su tiempo en estructurar los detalles. No tiene que practicar nada, puede responder calmadamente, pues está hablando con la verdad.
Entonces ¿Qué ganas hablando más de la cuenta?. Absolutamente nada. De hecho pierdes mucho, pues das detalles muchas veces innecesarios que ayudarán a un interrogador sagaz a contradecirte eventualmente, incluso si eres sincero.
¿Cómo es posible? el nerviosismo es el culpable; si la respuesta a la pregunta fuese “Estaba en la discoteca… con Juan y María“, y en realidad Juan sólo te acompañó diez minutos y se fue, entonces quien nos interroga podría alegar que “A las 9:30 p.m. Juan se encontraba en casa de su mamá. ¿Cómo es posible que estuviese con usted en la discoteca?“. Ahí te toca justificar aún más. Dirías (aún más nervioso) “Ah, es que él se marchó a las 9:10… no volví a saber de él“. Y por ahí te vas. ¿Te imaginas si a las 9:45 le enviaste un mensaje de texto a Juan y lo olvidaste? Todo se complica.
Y todo por culpa de… justificarte innecesariamente.
#2. Bajar la voz y tragar saliva
Ésta es la lección para detectar mentiras más fácil de implementar. Cuando una persona miente o está inventando algo, su tono y volumen de voz disminuyen dramáticamente, casi en un 50%. De hablar con una correcta modulación, pasa de repente a bajar la voz con discreción, y de nuevo a un tono de voz normal.
¡Inclusive, puede ocurrir varias veces a lo largo de frases concatenadas! Trata de identificar, a medida que tu interlocutor se expresa, las subidas y bajadas de tono; pon atención a qué detalles estaba explicando en el momento en que disminuyó el volumen al hablar; Apunta maquiavélicamente tus próximas preguntas a estos detalles que tu “víctima” quiere pasar por debajo de la mesa.
En la misma medida que el tono de voz oscila con las mentiras, hay otro detalle vocal que no puede restársele protagonismo: tragar saliva. Éste es un proceso automático que hacemos todo el tiempo, pero si estamos nerviosos lo hacemos casi deliberadamente, y se nota. Los cómics han sido bastante explicativos al respecto, pues el gesto clásico del personaje aterrado que debe halarse el cuello de la camisa para poder tragar saliva con la parsimonia que lo caracteriza, está firmemente arraigado en nuestro léxico corporal.
Pero esta clave está más allá de una simple viñeta infantil. Es un hecho que las personas, cuando estamos nerviosas, necesitamos (conscientemente) tragar saliva. ¡Ojos pendientes de la garganta de tu interlocutor!
Es más fácil si el sujeto es hombre, pues la manzana de Adán es una especie de bandera gigante que te permitirá presenciar este fenómeno a plenitud.
#1. El alivio de la retirada
La última técnica que debemos aprender para detectar mentiras es, sin duda alguna, la más difícil de aplicar. Se basa en la siguiente premisa:
“Cuando una persona está siendo interrogada de manera inquisitiva, se mantendrá a la defensiva y su cuerpo estará tenso. En el momento que el interrogatorio termine, pueden ocurrir una de dos cosas: O bien la persona ´contrataca´ diciendo lo injusto que hemos sido en pensar que está mintiendo, o bien se queda callada y su cuerpo se relaja por unas décimas de segundo.”
En pocas palabras, una persona culpable se sentirá aliviada instantáneamente cuando el “interrogatorio” termine.
¿Por qué es tan difícil de poner en práctica?
Primero y principal, esta es la única técnica que implica al mentiroso en pleno conocimiento de que lo estamos interrogando. Este proceso, en sí mismo un arte delicado, debe ser lo suficientemente exasperante para él como para que exhiba al menos tres de las seis claves expuestas en los posts de esta serie. En ese momento sus hombros estarán tensos, pues el reptil ubicado en el sótano del cerebro triuno los precalienta por si la situación amerita resistir un soberano sartenazo.
Una persona sincera está dispuesta a cooperar y dar explicaciones; un mentiroso se pone a la defensiva y responde lo más escueto posible.
Si el interrogatorio finaliza de manera súbita, debes estar atento a dos claves: a) la relajación de uno ó ambos hombros y b) La respiración, que siendo superficial hasta ese momento, se reanudará con un suspiro sordo.
Imagínate que te empiezan a acusar de algo que no es cierto. A pesar de lo que dices en tu defensa, siguen sin creerte. ¡Te indignarías! Y no sería una emoción que se disipe de buenas a primeras. Apenas termina el interrogatorio, empezarías a reclamar la injusta acusación.
Pero si eres culpable, la actitud es otra. Por medio segundo te relajas, aliviado de que ya el ataque terminó; pero enseguida el hemisferio izquierdo del cerebro toma las riendas y dice “¡Epa! se supone que debes demostrar indignación!”
¿Cómo ejecutarlo correctamente? Existe un rocedimiento sistemático para lograrlo; requiere de cierta práctica, pero es totalmente:
1) Acorrale al (supuesto) mentiroso, lanzando pregunta tras inquisitiva pregunta, tratando de ir aumentando su estrés, pero sin que sobrerreaccione. Vaya cocinándolo a fuego lento.
2) Verifique visualmente que, efectivamente, sus hombros se empiezan a subir y “juntarse” un poco. Este paso es muy importante, y es el que da pie a:
3) Lance una última pregunta y espere la respuesta (cualquiera que sea), y por último…
4) ¡El punto decisivo!. Apenas el mentiroso termina su respuesta, nos quedamos de tres a cuatro segundos mirándolo fijamente a los ojos, como considerando que está diciendo en efecto la verdad; mientras, nuestras manos deben estar apuntaladas en la cintura, dando a entender que no vamos a dar un paso atrás. Al terminar los tres ó cuatro segundos de mirada fija… afloja los brazos, gira tu cuerpo 45°, llévate una palma a la frente y suspira profundamente, oscilando los ojos hacia abajo, pero sin perderlo de vista.
Es común el uso de pronombres imprecisos (nosotros, ustedes, ellos) para separarse emocionalmente de la mentira.
Este gesto compuesto le dará a tu interlocutor absoluta certeza de que el interrogatorio ha terminado. ¡Es el momento! ¿Empieza el contraataque inmediatamente, o hay una fracción de segundo de alivio?
Gracias por tomarte tu tiempo para aprender estas lecciones. Recuerda: todo lo que está aquí escrito sólo tiene utilidad si lo pones en práctica. ¿Qué estás esperando? recuerda unirte a nuestra comunidad.
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